Me fui a Machu Picchu en el tren local
Después de ocho años, volví a visitar esta maravilla del mundo, ahora, como una cusqueña más. De ir como turista mochilera a volver como residente del país, unas cuantas cosas han cambiado.
Estas últimas semanas estuve escribiendo poco, lo admito. Primero, me fui a Machu Picchu, después, vino una amiga de visita y no paramos de salir a hacer cosas, y cuando se fue, después de unos días de dedicarme al hogar, me agarró una gripe que me dejó unos días en cama y varios más sin poder mirar pantallas. ¡Pero volví! Y les pregunté en instagram si preferían que siga con el viaje o si mejor les contaba sobre mi visita a Machu Picchu, y eligieron esto último.
Decidí ir a Aguas Calientes o Machu Picchu Pueblo, el pueblito desde el que se va al sitio arqueológico, para celebrar mi nuevo documento con dirección en Cusco, que me permite tomar el tren local. Para llegar allá, hay, básicamente, dos maneras: o vas en tren, o vas caminando. Para ir caminando se puede hacer el famoso Camino Inca, o que dar toda una vuelta en una van (puede ser pública o en un tour) para llegar a una hidroeléctrica, y desde ahí se caminan unas cuatro horas, si mal no recuerdo, por la selva. Esa es la forma más barata de hacerlo, y es la que había hecho la única vez que había visitado Machu Picchu (desde ahora abreviado MaPi), en 2016, cuando pasé en el viaje de mochilera que les vengo contando.
Esa vez llegamos a Cusco porque Sofi, la amiga con la que viajaba y que aún no conocen porque llegó a nuestras vidas en Potosí, se iba a encontrar con su papá, que llegaría de Buenos Aires con alfajores y yerba. Yo no tenía pensado ir a MaPi porque me parecía caro. Al final, mi mamá me dijo que no podía estar en Cusco y no conocer el MaPi, y me mandó plata para que lo hiciera (¡gracias, ma!). Esa vez, me fui a una agencia y después de evaluar todas las opciones, compré un tour que me coordinaba la entrada al sitio y el transporte que me llevaría hasta la hidroeléctrica; de ahí, ya sola, me tocaba caminar, buscarme alojamiento y gestionar mis comidas y la subida a las ruinas. A los dos días, tenía que volver a caminar hacia la hidroeléctrica, donde me esperaría una van para devolverme a Cusco. Ya entraré en detalles cuando lleguemos a este momento en el relato del viaje.
Increíblemente o no, desde que vivo en Perú nunca había visitado el MaPi. ¿Por qué? Bueno, en primer lugar, vivíamos muy lejos de aquí. Además, en la Cordillera Blanca hay demasiadas cosas para hacer, tuvimos para entretenernos bastante sin ir muy lejos. ¡De hecho, hay varias lagunas y quebradas que todavía no conozco! Y, en segundo lugar, siempre quisimos aprovechar el tiempo de viajar para visitar a nuestras familias. Además, en el medio estuvo la pandemia, que nos mantuvo un buen par de años quietos. Desde que nos vinimos a Cusco tenía decidido que quería volver a este impresionante sitio, pero, igual que en la Cordillera Blanca, en el Valle Sagrado hay tantas cosas para ver, que ir a un lugar lleno de turistas y donde todo se sospecha excesivamente caro, no era nunca mi primera elección. Después de que me aprobaron mi residencia permanente y me entregaron mi nuevo documento, que tiene la dirección en Cusco, decidí que ya era momento de aprovechar los beneficios que tiene, y pasear. Con el documento cusqueño, se me considera cusqueña, y puedo entrar gratis a los sitios arqueológicos y sacar pasaje en el tren local.
El tren local
Como les contaba, para ir a MaPi hay dos opciones, una es llegar caminando y la otra en tren. No hay carretera para llegar en auto o bus, y de hecho en el pueblo —que es chiquititito— no hay tampoco coches; sólo hay una empresa de ómnibus que suben y bajan durante todo el día desde el pueblo al sitio arqueológico y viceversa.
Hay dos empresas ferroviarias que van al Machu Picchu: Peru Rail e Inca Rail, cada una con diferentes servicios de trenes, todos orientados al turismo, excepto uno. Dentro de los trenes de turistas, hay varias opciones y precios. El más barato cuesta desde USD $60 por tramo, o sea USD $120 ida y vuelta, y el más caro desde USD $450, por un solo tramo. Sí. Cuatrocientos cincuenta dólares. Es un tren de lujo, con actores, gente haciendo música y azafatas sirviéndote pisco sours a bordo. Novecientos dólares por los boletos ida y vuelta, si los sacas con mucho tiempo, si no, salen más de USD $500 por tramo (la última vez que googlee, los encontré a $513).

Por suerte Perú Rail tiene un tren más especial que ese: el famoso tren local que todo mochilero sueña con poder usar, pero que está reservado para nacionales y residentes del país, y que tiene un costo de S/24 ida y vuelta, o sea USD $6,5. La décima parte de lo que sale un solo tramo en el tren turístico más barato. Queda clarísimo que este servicio es muy solicitado, y muy necesario, porque hacia y desde el pueblo no solamente viajan turistas locales como yo (hay muchas personas que llegan de todo el Perú a conocer Machu Picchu y lo utilizan), sino muchísima gente que va y viene para trabajar. Sería completamente ridículo que estas personas no tuvieran una forma de llegar más barata que la de los turistas, aunque creo que debería haber también alguna opción más en medio de los USD $6 y los USD $120 , que yo con gusto pagaría, porque entiendo que las personas que están trabajando deberían tener el tren para ellos. No sólo se subieron turistas y estudiantes, sino muchísimos arrieros y cocineras que trabajan en el Camino Inca (con todos sus bolsos, varias planchas de huevos, balones —garrafas— de gas, etc.), chicas que limpian hoteles, vendedores ambulantes, etc. Había tramos donde el tren estaba completamente lleno, apretadísimo de mochilas y carga, parecía un 124 Santa Catalina saliendo de la Ciudad Vieja un viernes a las 6 de la tarde. Creo que las personas que lo utilizan por su trabajo se merecen un poco más de comodidad, y los que estamos paseando también, y que podría haber otra opción de precio razonable. Me parece una locura que la diferencia sea de USD $112 entre un tren y el que sigue en precio.
Como el tren se llena tanto, lo mejor es sacar los pasajes con anticipación, para poder comprar un asiento en uno de los vagones. Yo fui dos días antes a la estación en Ollantaytambo, el pueblo en el Valle Sagrado desde donde sale este servicio, y, presentando mi documento, compré los tickets. Me tocó sentarme en el vagón F.
Aguas Calientes, o Machu Picchu Pueblo
Me levanté temprano en la mañana para poder llegar a la estación de tren de Ollantaytambo. Cuando llegué, un guardia verificó que tenía pasajes y documento peruano. Al costado de la puerta había una cola de personas esperando que les vendieran boletos para poder subir con o sin asiento. El viaje fue tranquilo, aunque ya en las primeras dos estaciones acumuló casi veinte minutos de atraso. Fui viendo cómo cambiaba el paisaje y la vegetación de un momento al otro se volvía mucho más abundante. Vi nevados, ruinas inka, túneles, plantas. Al llegar al pueblo me sorprendió que el río tenía mucha menos agua que la vez anterior, el caudal enorme y poderoso me había impactado mucho, y también lo había disfrutado sentada al costado escuchándolo mientras me comía mi primer chocolate con pasas y naranjas, un momento muy importante del viaje, en el que me di cuenta de que, si podía estar ahí sola y disfrutar de un chocolate con naranja y pasas, era porque me había convertido, lentamente, en una persona adulta.
El río ahí parece rugir entre las piedras, es muy ruidoso, y esa vez el agua llegaba roja y con espuma, era febrero, temporada de lluvia. Esta vez no había tanta agua y todo se veía un poco más gris. El tren no llegó a la estación, sino que paró como en el medio de la pista, con casas y restaurantes a sus lados. Me senté al costado del Willkamayu a comer algo, y en seguida me sorprendió la cantidad de mariposas. Después me fui a la sede del Ministerio de Cultura a averiguar cómo sacar entradas para ir al MaPi. La verdad, no me quitaba el sueño: si era fácil, genial, y si había que levantarse a las 5 AM para hacer cola, disfrutaría del pueblo, comería algo rico, pasearía, y me volvería a mi casa (al otro día, porque ya tenía el tren comprado). Delante de mí había 6 o 7 personas. Esperé, y al llegar al mostrador, me dieron un ticket que tenía el número 151 y donde el señor que me atendió anotó “16:00 hrs.”, a esa hora tenía que volver para hacer otra cola para sacar la entrada. Ok, no era a las 5:00 am, aunque había que hacer cola dos veces... Como no había habido nadie, lo acepté, quizás iba a estar tranquilo y sin mucha gente de nuevo. Anduve caminando por el pueblito y perdiéndome por caminitos selváticos, subiendo escaleritas por las laderas de los cerros. Me encontré con una chica que barría hojas, y me contó que hacían eso en dos y hasta tres turnos todos los días, eso me sorprendió, porque aparte de nosotras dos ahí no había nadie, y dudo que muchos turistas se asomen más allá de las callecitas. Realmente no hay mucho para hacer en ese pueblo, y empecé a desear que fuera fácil el tema de las entradas y poder ir, porque matar dos días dando vueltas por Aguas Calientes de repente me pareció una idea malísima. Estas cosas son las que te hacen entender que los lugares en sí no importan, sino cómo estás vos y lo que sea que te toque vivir en ellos. La primera vez que había ido me había parecido fantástico, había disfrutado de caminar, de sentarme al costado del río, de ir a cenar sola y revisar los correos electrónicos. Capaz estaba tan acostumbrada a estar siempre con gente, que ese momento de viajar sola me había caído bien, no sé. El pueblito me había parecido muy mágico, y esta vez no le veía nada interesante. Me acordé de unos amigos que vivieron ahí, y me pregunté qué cuernos harían cuando no estaban trabajando. Después vi que había un mariposario y otros lugares a los que podía caminar si no conseguía la entrada, y me animé un poco. Me senté en la Plaza de Armas (realmente creo que le queda grande el nombre, pero bueno) a mirar a los turistas, el mejor grupo fue el de una chicas que parecían ser como de la India, con unos uniformes color lila que me hicieron pensar en los diferentes colegios mágicos de Harry Potter. Esperé ahí hasta que llegó la hora y me fui al Ministerio. Ahí, con un megáfono, nos fueron llamando por número, para hacer la cola sentados adentro. La verdad me sorprendió lo bien organizado que está todo. Al entrar, en medio, había como una oficina circular con 6 ventanas o tal vez más así que avanzó todo rapidísimo, apenas tuve tiempo de hacerme amiga de un grupo de mexicanos de Querétaro que estaban adelante mío. Nos sentaron en sillas que estaban ordenadas en fila en todo el segundo piso, serpenteando por adentro de salones y volviendo a salir, subiendo y bajando escaleras hasta llegar nuevamente al hall con la oficina circular. Cuando llegué allí, un señor me indicó cuál era mi mostrador, y ahí estaba el mismo señor que me había atendido en la mañana; él también se acordaba de mí y me saludó muy contento. Charlamos un poco para ver qué entrada comprar (ahora el sitio está dividido en varios circuitos, ya no se puede visitar todo), y después de que él eligiera el circuito que le pareció mejor (el que yo quería sólo lo podía comprar por internet), me deseó buena suerte e insistió unas cuantas veces en que disfrutara mucho del lugar. A las 16:13 (claro que miré el reloj, no podía creer lo rápido que estaba siendo todo) yo ya estaba saliendo con mi entrada, que pagué a precio nacional: S/64, o USD $17. Podría haber ido un domingo, ese día las personas residentes del departamento de Cusco tenemos entrada completamente gratuita, pero calculo que para disfrutar de ese beneficio hay que sacar las entradas por internet con antelación y planificar un poquito la excursión. Esta vez fue todo muy improvisado, pero seguramente lo haré en el futuro.
De ahí me fui a PromPerú, la oficina de turismo del Estado, para preguntar dónde comprar el boleto de bus al sitio. Se puede ir caminando, pero es muy empinado, y no sé si vale la pena llegar tan cansada al lugar. Cuando fui en 2016, por recomendación de mi compa Sofi, que había ido la semana anterior con su papá como les conté antes, compré boleto de subida y después bajé a pie, y la bajada ya fue terrible para mis rodillas, además de que se transpira mucho porque hace calor. Esta vez decidí hacer todo en bus. Cuando me dieron la información, me pidieron que firme el libro de visitas. Fue muy divertido ver que las dos personas que habían firmado antes, eran compatriotas de Uruguay.
Me fui a comprar el boleto de bus, y descubrí que ahí también había descuento para cusqueños. Creo que lo mejor de todo es que la gente que trabaja en turismo acá está tan acostumbrada a ver documentos de residentes, que nadie jamás me hizo un berrinche de que en realidad no soy peruana, como me hacían los guardaparques del Parque Nacional Huascarán en Huaraz. En vez de mirar que era residente local de allí, como deberían hacer, cosa que hasta llegué a hablar con el Director del Parque, me decían “pero usted es gringa, usted no tiene acento peruano, usted no es de acá; sí, veo la dirección que dice que vive acá, pero usted señorita habla raro… Bueno, le cobro como peruana, pero no como local.” … Me pasó tantas veces que ya no quise enojarme más y acepté muchas veces la tarifa para nacionales… Por suerte, acá en Cusco, es todo lo contrario. Ven mi Carnet y dicen “ah, usted es cusqueña”. No saben cómo se los agradezco. No sólo por los descuentos, sino por sentirme respetada y validada. Y aunque sé que no soy de acá, vivo acá, y eso me hace un poco de acá.
Después de eso me busqué un hotel. Encontré uno que estaba bien, no me iba a levantar muy temprano, pero ya estoy acostumbrada a dormir tempranito, así que comí y me acosté. El problema de los hoteles baratos suele ser el ruido, y a las 5 ya estaba todo el mundo activo licuando jugos y cocinando para el desayuno de los que sí se iban al sitio a ver el amanecer… Yo me levanté a las 7, desayuné algo y salí a hacer la cola para el bus. Otra vez, una cola larga de gente, los trabajadores de la empresa de buses verificando los tickets, y los del Ministerio chequeando los boletos del MaPi. Estuve esperando casi una hora, escuchando un podcast al costado del río, en filita, hasta que me tocó subir a un bus…
Y como esto ya se hizo larguísimo, dejo la segunda parte para la próxima…. Y sí, ya sé, perdón, la vuelta al relato del viaje de 2015 se sigue estirando… ¡Pero me estoy divirtiendo contándoles cosas nuevas! Ojalá lo disfruten ustedes también.
Hola! Me encanta como cuentas todos los detalles y lo que sientes, es casi como viajar contigo.
Espero la próxima entrega para leer todas tus sensaciones de ese reencuentro 😉.
Un abrazo