¿Cómo salir?
Cada vez que pregunto qué quieren saber del viaje, se repite la misma cuestión: “¿Cómo salir?” Y sí. Es el momento más importante del viaje. ¿Cómo se hace? Como todo: haciéndolo.
Cuando ya estás en la ruta, ya está, solo hay que seguir o volver para atrás, y casi siempre se siente muy claro cuál de los dos caminos elegir. A veces hay obligaciones y presiones, pero cuando ya estás ahí, caminando, más adentro o más afuera, sabés si querés volverte, parar o seguir adelante. El momento definitivo es salir. Ese es el clímax, esa es la decisión. ¿Cómo se toma?

Conocí viajeros que me dijeron que no estaban en crisis cuando salieron de casa y que se sentían felices de poder decir eso. A la mitad no les creí, a la otra mitad… Tampoco. La gente viajando así, por temporadas largas, tiene mucho orgullo en decir que salió feliz de la vida, en paz con su familia y sus amigos, sin absolutamente ningún problema. Esto me rechinó desde el primer día, porque sí, desde el primer día en que te ponés en la sintonía “viajera, no turista”, te empezás a encontrar con gente igual a vos. Y son muchos. Cuando no viajás, no los ves, pero cuando empezás, te das cuenta de que el mundo está lleno de estos viajeros sin organigrama ni pasaje de vuelta. Gente que te cuenta que salió hace un mes, dos años o cinco. Al principio yo ni siquiera entendía por qué salía el tema de la crisis o no crisis previa al viaje, supongo que alguien preguntaría “¿Por qué te fuiste?”, y si existe esa pregunta, por qué, entonces significa que algo pasa para que la gente decida irse de viaje así. A los que van una semana a Aruba creo que nadie les pregunta por qué fueron. En fin, desde que empecé a cruzarme con viajeros, me empezó a hacer ruido que tantos quisieran aclarar “¡Pero yo no me fui en crisis, eh, yo estaba re bien, sólo quise irme de viaje!”. ¿Qué importa eso? ¿Por qué lo aclaran? Cada cual tiene su historia, y estar en deprimido o estar bien, no te hace ni mejor ni peor persona. Irte en buenos términos con tu familia, tu pasado y tus amigos o no, no te hace mejor ni peor. Ahora que lo escribo, me doy cuenta que es exactamente lo mismo que te preguntan cuando te vas de la casa de tus padres. ¿Te fuiste bien, te fuiste porque te peleaste, tus padres te echaron, se dejaron de hablar? No, no siempre hay peleas, pero igual a veces las convivencias no dan para más, a veces una quiere aventurarse, a veces hay que explorar qué hay más allá. No sé. La gente puede ser demasiado dramática, e iguala crisis a peleas, a rupturas familiares espantosas, gritos y escenas de telenovela. Estar en crisis no significa necesariamente pelearse con nadie.
Yo sí estaba en crisis.
Faltaba un año para cumplir treinta y mi vida no era lo que creía que tenía que ser. No era la mejor diseñadora del mundo, mi emprendimiento daba muchísimo trabajo y casi nada de dinero, no tenía hijos, y mi pareja se estaba disolviendo como una galleta en el té, dejando pedacitos por acá y por allá, esos que son muy chiquitos para comerse y una incómoda basura en la garganta cuando te los bebés. Sentía que no tenía nada, y todas las rutas de escape me llevaban a un solo lugar: me tengo que ir de viaje. Ese viaje que había querido hacer siempre me hizo ver las cosas de otra manera, toda mi vida se iba resignificando y el dolor, las puertas cerradas, los fracasos, las oficinas tristes, el desgaste conyugal, todo se volvió el viento que me empujaba a hacer lo que había anhelado hacer siempre. Me di cuenta de que había sido tan feliz, tan productiva, tan amante y tan amada como había podido, que había aprendido un millón de cosas, y que nada de lo que me estaba pasando podía llamarse fracaso. No. Una crisis no es un fracaso. Perder un trabajo no es un fracaso. Separarte no es un fracaso. ¿Acaso no son, en gran parte, todos esos proyectos truncos los que te llevan a ser quien sos?
Así que, aunque haya viajeros que digan otra cosa, no sé si hay otra forma de salir que no sea en crisis. No sé cómo sale otra gente, y no sé qué decirte a vos para que salgas, pero para mí, el motor de todo es una curiosidad insoportable por saber qué aventuras me esperan en los lugares que no conozco y quién puedo ser cuando ni mi familia, ni mis amigos, ni mi cultura, me ven. Es la falta de algo, el vacío de eso que sabés que no está en ningún lugar de los que conocés, porque ya lo buscaste, lo que te impulsa a querer ir. Y ese vacío, o el percatarse de esa curiosidad, tal vez es la crisis. ¿Quién que no esté en crisis va a querer irse a viajar sin plan y sin plata?
Yo no tenía muchos ahorros para viajar, pero todos los blogs de viajeros que me movían algo adentro decían que lo mejor era viajar o sin dinero, o con muy poquito, porque eso te lleva a pedir ayuda, a hacer dedo, a pedir comida en los mercados, dormir en casas de gente que conocés por ahí, etc. Imaginarme perdida en algún lugar de América Latina sin un peso me daba tanto miedo como curiosidad, me agitaba cada vez que leía a alguien que había dormido en un cuartel de bomberos o en la casa de una señora que había conocido ese mismo día. Yo quería tener que pedir ayuda por ahí. Tener que hacerme amigos, preguntar, confiar. Levantarme todos los días a mirar un mapa para ver por dónde quería seguir, sin que nadie me esperase en ningún lado, que estar perdida no tuviera ni siquiera sentido (y la verdad, está buenísimo). Quería estar sola en lugares desconocidos a los que nadie de mi familia había ido, sin referencias, sin más recursos que mi personalidad, mi carisma, mi voz, mi inteligencia, mis recuerdos, mis conocimientos. Quería ir a lugares que sólo había leído en libros, a pueblitos que nunca había escuchado, y ver ahí cómo resolver qué comer, dónde dormir, hacia dónde ir. No me imaginaba que además iba a poder hacer cosas increíbles como volar en parapente, bucear, andar en bicicleta por valles de arenas rojas o ver géiseres.
No sé qué era lo que quería probarme a mí misma, supongo que mi independencia y también el despojo. Quería ser una Renata que los demás no conocieran. Estar libre de los prejuicios que conocía bien en mi cultura. Ser una hoja nueva, medio en blanco, o en realidad borroneada, me daba lo mismo, podría empezar a escribirme otra vez, sacarme las etiquetas que me habían puesto durante 29 años mis padres, mis hermanas, mis amigos, mis novios, mis colegas, mi sociedad. Quería ser nadie, presentarme sin que se esperase nada de mí, reconstruirme en eso, que mi apellido no significara nada, que mi barrio no significara nada, que mi profesión no significara nada. Alguna vez, hasta fantasee con mentir, pero nunca lo hice. Yo soñaba que iba a poder encontrarme ahí con una parte de mí más auténtica, más impasible, con el centro de mi ser y con cosas increíblemente nuevas, esas que estaban escondidas y que yo no sabía que era. Y sí, me pasó. Encontré muchas cosas, recordé otras, solté algunas. Y a las horas de empezar ese primer viaje en ómnibus, cuando en la frontera me sellaron mi primer pasaporte por primera vez, yo ya estaba agradeciéndome emocionada haber salido.
Entonces, ¿cómo se sale? Se sale entendiendo ese deseo y siguiéndolo, nada más. Después, llegará, o no, el entender de dónde vino, o inventarle un para qué. Mi de dónde vino lo respondo con astrología (¡ja!). Para mí, era una necesidad de mi alma, y llegado el momento preciso en que el reloj cósmico tocó la alarma, hubo que actuar en consecuencia. No pienso que tendría que haberlo hecho antes (y pucha si me habrán dicho que es mejor viajar más joven…), ni después, ni de otra forma. Todo es muy perfecto, aunque a veces no se note.
Se sale saliendo. Se sale comprando un pasaje al lugar que nos llama, y desde ahí, solamente se sigue. Se sale con plata o se sale sin plata, pero sinceramente creo que hacerlo sin mucha plata es una gran forma de ponerte a prueba y obligarte a confiar en la vida, en el viaje y en vos misma; y está bueno hacerlo una vez en la vida (sí, una, otra vez no lo hago, jejeje). Se sale sabiendo que siempre hay a dónde ir y a dónde volver, aunque no parezca. Se sale saliendo. Se sale con miedo. Se sale sin saber qué va a pasar. Se sale llorando. Se sale riendo. Se sale con la familia apoyándote, o no, pero si además te van a despedir a la terminal de ómnibus o al aeropuerto, mucho mejor. Se sale con bolsas de caramelos y chocolates y paquetes de yerba uruguaya. Se sale con la protección de todos tus antepasados y de tu ex pareja gritando “¡Buena suerte!”, se sale con lágrimas y la cabeza en alto, con el pecho abierto para iluminar todo, se sale con amor a lo desconocido y lista para recibir algún golpe. Se sale con orgullo. Se sale cagada hasta las patas. Se sale sintiendo el viento bajo las alas y la fe en toda la piel. Se sale de viaje como se sale a la cancha, como se sale de una madre, se sale de viaje como se sale a la vida.
Hermosa Tararola ... yo fui de las que te acompañé a la terminal de buses creyendo que volvías en 20 días!
qué ingenua! 🥰🥰🥰😘😘😘😘